Curioso estado, extraño sentimiento: la soledad. Desde siempre buscada, siempre temida. Como todo en esta vida, nunca en exceso es buena. Con cierta frecuencia se necesita tener espacio, disfrutar del silencio o del ruido que uno mismo produce. Y tener horas vacías. Pensar como disfrutar del tiempo.
En las mañanas de soledad buscada y encontrada, los recuerdos de esas personas que nos han permitido disfrutar del espacio solitario, se acercan con más fuerza. Una imagen se pasea frente a nosotros. Una respuesta graciosa a una pregunta inexistente, sólo escuchada entre las paredes de nuestra cabeza. Y no es locura. Es la nostalgia por compartir esa sensación de plenitud, ese lujo intermitente, con las personas que , aún viviendo dentro de nosotros, no les damos la oportunidad de salir hasta que el silencio existente nos obliga a escuchar lo nunca escuchado.
La soledad, hija del abandono, es harina de otro costal. Lacra de nuestros días, días en los que , aún rodeados de personas, desconocidos en su gran mayoría, un grito de auxilio no es más que otro ruido sumado al bullicio de la ciudad. ¿Y cómo ayudar a alguien cuando somos sordos sociales? .
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