Este bendito mes no parece lo que realmente es.
Un mes de Agosto sin calorcito, sin vacaciones, sin fiestas en pueblos, sin largos viajes en coche, sin apartamentos alquilados.
De niña este mes lo solía pasar en el pueblo, cubierta de arañazos y moratones, cada uno con una historia que contar, cada uno prueba de la última “tontería” que nos había dado por pensar.
Mi hermano y yo pasábamos de la soledad de dos a la multitud, siempre rodeados por nuestros primos y por el resto de chavalería que atronaba la plaza de la iglesia. Con nuestras viejas bicis el radio de acción se ampliaba y nada quedaba demasiado lejos.
Las cosas han cambiado y en el pueblo no se escuchan tantos gritos y carreras como antes. Una pena no poder de nuevo abrir la ventana de la cocina para dejar entrar las voces de las tardes de verano.
Pero aún así me gusta volver a ese pequeño pueblo de Palencia.
Siempre te dicen que todo sigue igual por allí, que nada ha cambiado, pero aún con el tono de desencanto con el que se pronuncian estas palabras, me gusta pensar que quizás eso sea lo bueno, que la casa donde pasé mis veranos siga siendo la misma, que la imagen al mirar por la ventana no haya cambiado tanto, que de vez en cuando, aquellos niños que jugábamos al escondite en la plaza, volvamos a ese pequeño pueblo para pasear de nuevo en nuestras viejas bicis.
Un mes de Agosto sin calorcito, sin vacaciones, sin fiestas en pueblos, sin largos viajes en coche, sin apartamentos alquilados.
De niña este mes lo solía pasar en el pueblo, cubierta de arañazos y moratones, cada uno con una historia que contar, cada uno prueba de la última “tontería” que nos había dado por pensar.
Mi hermano y yo pasábamos de la soledad de dos a la multitud, siempre rodeados por nuestros primos y por el resto de chavalería que atronaba la plaza de la iglesia. Con nuestras viejas bicis el radio de acción se ampliaba y nada quedaba demasiado lejos.
Las cosas han cambiado y en el pueblo no se escuchan tantos gritos y carreras como antes. Una pena no poder de nuevo abrir la ventana de la cocina para dejar entrar las voces de las tardes de verano.
Pero aún así me gusta volver a ese pequeño pueblo de Palencia.
Siempre te dicen que todo sigue igual por allí, que nada ha cambiado, pero aún con el tono de desencanto con el que se pronuncian estas palabras, me gusta pensar que quizás eso sea lo bueno, que la casa donde pasé mis veranos siga siendo la misma, que la imagen al mirar por la ventana no haya cambiado tanto, que de vez en cuando, aquellos niños que jugábamos al escondite en la plaza, volvamos a ese pequeño pueblo para pasear de nuevo en nuestras viejas bicis.
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